Temptation [Privado]

No necesitaba dormir, lo hacía simplemente por rutina. No tenía demasiadas cosas para hacer durante el día, así que desde hacía unos años, con Camilo habían tomado la costumbre de acostarse durante el día y levantarse cuando los rayos del sol comenzaban a esconderse en el horizonte. Desde que habían llegado al hogar de los Wilsons, un extraño sentimiento se había apoderado de ella, como si quisiera tener un trozo de la vida que se suponía que debían haber vivido. Siendo un matrimonio de una clase social buena, estable, profundamente enamorados y con una encantadora hija a la que adorarían y por la que ambos se desvivirían. Aunque el problema era que ella se había metido demasiado en la piel de aquel personaje, de su antigua yo, y se creyó su propio cuento de hadas.

Es que Amelie era perfecta. Tal y como hubiese deseado que fue su hija. Le gustaba pensar a veces en que eran una familia, siempre y cuando el hambre no estuviese latente. Porque si era así dejaba de ser su pequeña muñeca perfecta. Hubo noches en las que incluso fue a alimentarse de otras presas, para poder darle un descanso a la joven. Esa había sido una idea de Camilo y le había parecido bastante buena, no querían que la muchacha se enfermara. Pero había veces que era imposible, cómo aquel día.

Aquel dulce aroma que tanto le gustaba llegó a ella apenas puso un pie en la cocina. Se relamió los labios inconscientemente mientras con paso lento se acercaba a donde la muchacha se encontraba sentada comiendo.

—Mi dulce Amelie —dijo con voz sedosa, depositando un suave beso, apenas rozando sus labios, en la coronilla, pasando dos dedos suavemente por su cuello, sintiendo su pulso. Saboreando el momento en que sus colmillos se clavaran en la tersa piel de la niña—. ¿Cómo te encuentras hoy? —preguntó amablemente, con interés genuino en ella. Aunque se estaba controlando, sus colmillos presionaban, sintiendo las ansias por aquello que tanto ansiaban. Tenía suerte de que no estaba sin alimentarse por demasiado tiempo, por lo que podía resistir las ganas de abalanzarse sobre ella y drenar la sangre de su cuerpo por completo. Era algo que debía hacer para controlarse.

Alzó la mirada y se encontró con los ojos de Camilo que la observaban por encima del diario. Le sonrió y asintió con la cabeza, dándole permiso a que se alimentara primero. Siempre dejaba que fuera ella la que bebiera primero de cualquiera de sus víctimas. Ese lado caballero suyo no se había deteriorado ni un poco en todos los años que llevaban viviendo y era algo que adoraba de él.

—Cariño termina de comer —la apremió peinándole el cabello y trenzándoselo, dejando libre su blanco cuello. Se inclinó y apoyó los labios sobre este, justo en donde se unían el cuello y el hombro.

—Ven aquí —escuchó que la llamó la voz de Camilo una vez hubo terminado y Nerina le indicó que fuera a la sala con él, mientras ella dejaba el plato en el lavavajillas—. Deberíamos comprarte nuevos vestidos, estos ya son demasiado viejos —llegaba la voz de su amante. Siempre le gustaba consentirla y comprarle todo tipo de cosas para que nada le faltara, aún más cuando perdió a ambos padres.

Se deleitó con la imagen de la joven en aquel vestido blanco. Parecía un ángel que había sido entregado a ellos, seres de la noche, hambrientos y despiadados.

Aquella pregunta fue como si le hubiese asestado un golpe. Lo último que quería en aquellos momentos era que se sintiera mal, no le gustaba cuando la escuchaba llorar en silencio en su alcoba pidiendo que aquello se terminara, creyendo que no podían oírla. Una parte de ella lo sabía. No era tonta, y sabía que, a pesar de lo que hicieran, la joven no llevaba una vida normal. Pero, ¿quién lo hacía? Desde que el velo había caído el mundo se había vuelto más raro aún. Y debía decir que no todos la tratarían de la manera en la que ellos lo hacían, tendría que ser más consiente de aquello.

La miró con una mezcla de molestia y arrepentimiento. Podrían convertirla y ella no sufriría ya, podría vivir con ellos, siendo los tres un familia. Volverían a operar de la manera en que lo hacían antes de llegar allí. Pero hacer eso era renunciar a su sangre y no estaba segura de querer hacer eso, aún…

Camilo la miró con los ojos oscurecidos ante su ofrecimiento, aflojando por completo el agarre que tenía alrededor de su cuerpo, aunque antes de eso pudo sentir como se tensaba. Aquella era una oferta muy difícil de rechazar y Nerina lo sabía perfectamente. Amelie sabía que estaba jugando con fuego, la había dejado demasiado débil y no creía que aguantara alimentar al hambriento vampiro, además de que su estado y el aroma dulce que desprendía por eso, hacía que fuera aún más difícil contenerse. Pasó la mano suavemente por la mejilla de él, intentando transmitirle la serenidad como había logrado hacerlo con ella momentos antes. Suspiró fuertemente y giro el rostro para besarle la mano, dándole una larga mirada, la cual entendió a la perfección. Sin decir otra cosa, rozó rápidamente sus labios y abandonó la habitación. Sólo se escuchó la puerta de entrada golpear al cerrarse.

—No deberías hacer eso —la regañó con tono suave. Acercándose nuevamente al sillón, pero quedándose de pie, acariciándole el cabello desde allí—. Sabes que Camilo jamás pondría tu vida en peligro —se mordió por un momento el labio y estuvo tentada a hacer que bebiera su sangre para que se recuperara más rápido, pero sabía que no lograría nada—. Ha salido a alimentarse fuera —comentó lo obvio, haciendo referencia al hombre de la casa. Sabía que no aceptaría la oferta que ella le había hecho. Cerró los ojos por un momento, inhalando fuertemente, sintiendo como su aroma llegaba a ella, extasiándola. Volvió a sentarse al lado de ella, pero controlándose. Ya se había alimentado por lo que podía controlar un poco mejor sus ansias—. Realmente siento lo que sucedió antes —repitió.

No era tan considerada con nadie. Sólo con ella y con Camilo, pero las demás personas le importaban poco y nada. Aunque intentaba mantener despierto su lado humano, el vivir tantos años le había mostrado la peor parte de la raza humana, por lo que le costaba volver a tener esa visión de aquellos seres.

Se quedó observando la nada por un momento escuchando sus preguntas. Su tono de voz amargo podría haberle causado algún remordimiento por sus actos, pero llevaba demasiado tiempo realizando ese estilo de vida y aunque esta vez había tenido un desenlace especial, el principio de la historia había sido el mismo que con las demás familia de vasallos que habían tenido.

—Porque sí —no había otra razón más que esa. Habían caído en aquella casa, como podrían haber caído en la de al lado. La miro y acarició su cabello, más retiro la mano al ver la mirada encendida de la joven—. Calma Ameliee —murmuró por lo bajo con ternura pero firmeza a la vez— nunca lo entenderías —evadió su pregunta de la mejor manera posible.

¿Qué quería de ella? Era una pregunta más que complicada pues ni ella misma sabía que era lo que quería de la joven. Su rostro no se alteró en ningún momento ante el ataque de furia de la niña. Sus ojos rojos se clavaron en los de ella mientras sus colmillos presionaban por tomar aquello que ella le ofrecía como si nada. Respiró hondo concentrándose en ella y no en el flujo de su sangre, el cual descendía por todo su cuerpo. Se relamió los labios y se puso en pie, acercándose a ella. La tomó del rostro con una mano y lo acercó al de ella.

—No juegues con fuego Amelie, puedes terminar quemándote —susurró mirándola con fijeza. Su voz era dulce, sedosa. Su aroma era exquisito y el tenerla tan cerca hacía que le fuera más difícil controlarse. La soltó bruscamente y en una rápida carrera, se colocó detrás del sillón, clavando sus uñas en el respaldo—. No digas estupideces —estaba enojada consigo misma por su poco autocontrol—. Jamás te haríamos daño, no lo entenderías… —En sus ojos se podía ver la mezcla de amor y deseo—. ¿Por qué tienes que ser así? —preguntó observándola. Era una visión tortuosa, lo sería para cualquier inmortal—. Será mejor que vayas a tu cuarto —intentó dar por terminada la charla, dudando de su autodominio al estar cerca de ella.

Eso la ponía de malas. ¿Qué tenía ella que la sacaba de centro? No entendía como podía desequilibrarla tanto. Era algo que en todos sus años de vida no le había ocurrido nunca. Ese deseo insaciable, las ganas de tenerla entre sus manos. La desquiciaba. Si Camilo no estuviera allí para serenarla, quien sabe que es lo que habría hecho ya.