Meds. LIBRE

Mayo 3
20:01
Vientos fuertes y cielo despejado.


Iba caminando recargada a la orilla, peligrosamente cerca de caer para nunca volver, los automóviles hacían sonar agresivamente el claxón porque no estaba en la zona de peatones pero a ellos qué demonios les importaba. Me sentía mareada y no por algún estupefaciente o alguna bebida etílica sino por la peor de las circunstancias que asaltaban mi cerebro: me encontraba limpia, me encontraba sobria y con un golpe de realidad directo en el rostro. Era como ser transparente, como ver dentro de mi misma aquello con lo que no tenía contacto. Al estar bajo el efecto de la verdad, de mi historia, de mi pasado y mi presente me invadía una sensación de desasosiego que me hacía desconocerme, me hacía querer tener el valor de tirarme al vacío en lugar de entregarme a un suicidio en cámara lenta que era lo que me ganaba noche tras noche.

Las luces de los vehículos me daban de lleno en los ojos, mis pupilas se contraían y trataba de cubrir la luminosidad con mi antebrazo y al hacerlo pude notar los pinchazos de agujas, los cortes en la muñeca y aquello me dio miedo. Así es, yo, la que se hace llamar Claire cuando mi nombre es otro, sintió miedo de lo que me había hecho. Como un bombardeo llegaron a mi mente recuerdos de tantos hombres, de tantas mujeres, de mis hermanos, de mis padres y todo aquél que me hizo sentir merecedora de ese daño que me provocaba. Con la mirada perdida intenté escapar de tales imágnes y crucé sin cuidado a través del flujo de los automóviles que iban a toda prisa, algunos frenaron en seco mientras que otros cambiaron de carril abruptamente. Me quedé parada en medio como un cachorro asustado mientras que dentro de mi cabeza algunas voces del pasado me reprendían y me era imposible dar un paso más para llegar al otro extremo.

Había concluido la presentación, y con eso los nervios que aún llenaban el estómago de Temperance. Era la primera vez en que interpretaba su música fuera de las paredes de la mansión Brotherhood y para su alegría su talento había sido reconocido con una ovación. No era el más selecto de los públicos, pero habían escuchado encantados la música de la joven y la intensidad que le colocaba a cada una de las notas y que Vladimir ya le había dicho, que ella buscara la forma de tocar para otros, que explotara esa veta musical que tanto a él le gustaba.

Salió del salón, tendría que irse sola, pero Vladimir quedó de pasar por ella, y tendría que ser así, debía cargar con su cello, pero al hombro, podia llevarlo. Miró la hora, estaba ya complicada, la noche caía y el inicio del toque de queda iniciaba, ya deseaba estar en casa con su amado, ponerse a ver alguna película o simplemente tocar algo para él, como lo hacía algunas noches, sobre todo cuando Odette no estaba con ella.

Esperó fuera del local, era un pequeño galpón en donde se juntaba la sociedad intelectual de New York o por lo menos lo que quedaba de ella, tras el cierre de la ciudad, sólo locas enamorados de una cuidad que se caía a pedazos, por lo menos, no estaban como en las Vegas, lugar donde ya se daba perdido en manos de las guerras de trincheras que los vampiros habían armado. Temperance miraba su reloj y observa a a todos lados, cuando ve a una chica cruzar la calle, sería el sonido alborotado de los claxon de los automóviles que la haría volverse donde la chica.

Temperance quedó sin aliento, viendo como la chica cruzaba, y realmente temió verla volar por los aires, después de que un auto la atropellara, pero no era esa la hora de su fin, y una vez cruzado, la chica sin pensarlo dos veces se le acercó, casi corriendo, llevando a cuestas aún su gran instrumento.

-ne... necesitas ayuda?... te lastimaste?- llega donde ella, y la mira, quería tomarle la cara para que la viera, pero no era lo ideal, había aprendido que a no toda la gente le gustaba aquello. Se mordió el labio inferior, y si bien meditó de que podría estar drogada, no iba a dejarla a la deriva, ahí, sin ayuda ni consuelo, expuerta a todos los males de esa ciudad -me llamo Temperance... ¿y tú?- preguntó tímidamente, ahora sí tomando el brazo de la chica, y alejándola más de la calle y de los automóviles, alguno de los cuales, salían los conductores gritando cosas soeces a la chica.

-no los escuches... han pasado un buen susto- le dijo, encogiéndose de hombros, y mirando a la chica, con una dulce sonrisa en los labios.