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Sipnosis
Memento Mori
Tras el festival

Fue un mes de locura, el que transcurrió luego del Festival de Invierno, luego de los cepelios de las víctimas, el poder quedó en las manos del Gobernador, Everett Goodweatherm tendría el control total sobre la ciudad, pero Azuka había logrado parte de su objetivo: Los rumores de que el gobierno de Washington ya no estaba tan convencido de compartir el poder con los vampiros; la situación se estaba saliendo de manos, y los cainitas y garras rojas parecían estar ganando la partida. Pero ninguno de los artífices de la destrucción, pensaron que los berkeser se volverían un problema para todos, porque los vampiros que no fueron asesinado por ellos, se transformaron en berkeser, que se han transformado en una manada que deambula por las alcantarillas atacando a quien se les enfrente o quien esté en su menú del día.

Humanos y Vampiros ya no tenían una alianza tan sólida como antes, y las desconfianzas estaban surgiendo.

Mientras que en medio quedaban los licanos, o por lo menos, parte de ellos, Fenrir y Fianna, pero quien padeció la peor parte fueron los Fenrir que en el atentado perdieron a su líder, del que jamás encontraron el cuerpo. Quedaría en manos del nuevo líder de los Fenrir y de Gissiel Earhart, determinar el destino de su clan y tradiciones, pero entre los licanos, se sabía la atrocidad cometida por las Garras Rojas, comandados por Arthur Redclaw, que se habían vuelto muy fuertes.

Por su parte, los rebeldes, el pequeño grupo de disidentes ya no parecían estar tan solos en su lucha, el gobierno de Washington los contactaría extra oficialmente para conseguir sus fines: controlar la ciudad, de una o de otra manera. Etienne LeBlanc, tendría que decidir..

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Mensaje por Invitado Vie Oct 12, 2012 7:21 am

"Yo no creo en nada últimamente...En realidad, comienzo a sentir el aburrimiento."

Tan fácil que es comenzar con un pensamiento. Un par de palabras internas que nos llevarán a una acción o no, todo depende de la fuerza que se posea, en esta ocasión, no podía ser física.
Así es como el descompuesto sentimiento se convirtió; se transformó en movimiento cíclico, un paso llevando a otro, sin destino y a un incierto final...¿O era un inicio?
Todas son preguntas en contraposición, la única compañía que poseía eran sus desvaríos mentales, o prefería mantener su cabeza ocupada en el ser o no ser Shakespiriano, así caminar sin prestar atención en dónde lo hacía se convertía en una autentica aventura suicida.

Al pasar la niebla que producía su razonamiento, detrás de esa capa de incertidumbres...Estaba la realidad. El mundo aquí y ahora, callejones que mostraban la deplorable situación del modernismo, muros llenos de vivo color lleno de rabia, de rebeldía, anarquía rugiendo por su libertad. Los humanos, e incluso pudiese ser que los híbridos, buscando su antigua vida o no vida. El panorama daba un especial atractivo en ciertas ocasiones, le invitaba a dejar su odisea y analizar todo su alrededor. Pronto así lo hizo, no podía permitirse estar del todo ausente durante su primera salida en la ciudad, y aunque era una zona peligrosa, el impulso que le orilló a dar inicio por esta, fue más una corazonada que una emoción vacilante; Intuición, mera y pura intuición.
Pero el aroma conocido por su sed era un detalle que encerraría ipso facto todos los debrayes posibles.

Fijó la vista en el espectro de ese olor, una onda que parecía un humo con un extraño y cautivante color anaranjado, pudo estudiar antes ese y otros aspectos más, que ahora eran rutina en su ser, los sentidos aumentados de un vampiro.
La juguetona onda desfilaba por lo largo de una abandonada y oscura acera, doblaba en una esquina y seguía su rumbo; el ente de sexo femenino cogió los dobladillos de su falda larga y en negro al igual que el resto de sus ropas, se apresuró sin detenerse a preguntar el porqué de sus acciones y caminó con pasos largos entre aquella figura sin forma, parecida a un largo listón danzando en el aire. Cruzó con facilidad un par de calles hasta detenerse entre un bar de descuidado aspecto y una farmacia de ventanas rotas, abandonada y saqueada hasta la médula. El listón tenía fin en el panorama sin fondo entre ellos, un callejón sin aparente final. Dentro, unos sonidos anunciaban al posible propietario del aroma con un toque tan...Familiar. Tan sublime, ni agradable ni desagradable, simplemente...Cercano a todo lo conocido. Acentuó sus habilidades extra normales para darle forma a los objetos al final del callejón, quería tener una imagen clara antes de acercarse lo suficiente para un contacto imprevisto.

...Buenas noches. — Simples, decididas, sin temor; las palabras justas para anunciar una llegada, sin inquietar al futuro interlocutor o darse por una tentativa amenaza.
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Mensaje por Invitado Vie Oct 12, 2012 7:23 pm

Eleonora apreciaba los placeres simples de la vida, aquellos que no se podían predecir y llegaban de la mano de la miseria de otros, y el más particular de entre todos esos placeres (o los que recordaba en aquel momento) era el singular sonido que se escuchaba al sacar un globo ocular de su pequeña cuenca; un “pop”, tan carente de sinfonía y aún así tan deleitable, que venía después de los ahogados y últimos gritos de su antiguo poseedor. Sin duda, se requería una mente imponente para poder apreciar esta clase de situaciones, hallar ameno lo grotesco de la vida no era una tarea para psiques mediocres; las cuales, para la desgracia de Eleonora, eran lo suficientemente comunes como para hacerle sentir sola en una multitud. Incluso entre los fenómenos que plagan las noches neoyorquinas, la mezquindad de la población le hacía arder la vista más que la plaga de letreros rojos de neón.

Y hablando de rojos y ojos, pensó, paseando el aplastado ojo por su palma izquierda; su dedo derecho, inquisidor, lo movía de un lado a otro, como si esperara que unos piececillos salieran de la nada y el globo ocular comenzara a bailar. Un niño que no entiende cuando sus padres le dicen lo que es la muerte, que cree que con un abrazo su mascota volverá a lamer su rostro y a recibirle en la entrada de su hogar después de clases. Válgame, la inocencia de algunos psicópatas.

Unas claras palabras le hicieron erguirse, finalmente guardando el ojo junto a su par en un jarrón de vidrio; pequeño para llevarlo en un bolso, muy grande para un bolsillo.

Rara vez tenía la satisfacción de observar a un extraño tan confiado de sí mismo, tan libre de miedos y sin objetivos secretos. Una persona, y que curioso que siguiera usando aquel sustantivo para dirigirse a especies más (quizás menos) que humanas, que lo único que se proponía era una amena charla o saludo pasajero. ¡Honestidad, ja! Nunca imaginó encontrarla en Nueva York, ¡bah!, en el mundo moderno lleno de groseros insensatos.

No, no —rió, sacudiendo sus ensangrentadas manos de su vestido; notando que su interlocutora tenía un estilo de vestir compatible, se preguntó si su sonrisa podría ensancharse aún más sin cortar su rostro en dos o espantar a la desconocida—. De buenas pasaron a fantásticas —dijo, con una pronunciada reverencia—. Mi nombre es Eleonora, ¿con quién tengo el inusitado placer de conversar hoy?

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Mensaje por Invitado Dom Oct 14, 2012 6:45 am

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Qué podía decir luego, en cada pestañeo se dedicó a formular la situación. Los presentes: vivos, no vivos y los animados, la secuela de una obra abstracta. La elegancia del conocido líquido carmesí esparciéndose por el suelo, por unas manos nuevas, aparentemente juveniles y decoloradas. Una sonrisa cada vez más y más visible en la penumbra, unos pasos creando un sonido con fondo a cada movimiento de los pies.

M-Mona... — Primer posible error; titubear por la sorpresa de la aparente amabilidad de su semejante. Retomó el lienzo de su voz firme y aclaró con cortesía. — Farinelli Mona, a su servicio. — Anteponiendo siempre su apellido con honor y orgullo, ejerció una delicada reverencia, en la que sólo usó la cabeza. Suavemente al igual que al principio incorporó esta y sonrió con naturalidad. — Fantástico, sí, así veo que ha sido todo. — Esperando que no fuera una grosería por su parte, ladeó el cuello y por uno de sus costados regaló una mirada curiosa al cuerpo detrás de la vampiro. Lucía devastado, carnada preparada o simples restos, un punto a negociar dependiendo de la criatura que luego fuese a poner su atención en él. No recordaba haber visto nada igual antes, siempre se cuidaba y evadía los encuentros con un igual tan...pasional. Para su perspectiva era mera pasión. Algo que cambiaba de forma con cada ser como una salvaje quimera, y bien, esa noche había sido testigo de tal encuentro, se negaba a desaparecer.

Justo como yo había pensado, este lugar no es más que el patio de recreos para nuestros demonios internos de vida eterna. — Para esto ya miraba a la dama que se hacía llamar Eleonora; dicho y bello nombre le traía indudables recuerdos de su primera tierra, su primer y último hogar. Pasó de las miradas inquisitivas y a cambio dedicó unas más de auto-control. Dobló el paso con sus zapatillas de tacón medio y se adentró en el escenario abandonado de tiempos violentos. Quería, al menos, sentir el listón danzante del aroma cerca de su nariz y todos sus sentidos, el asesinato a sangre fría no era uno de sus métodos para alimentarse (o jugar). Prefería hacerse de la vista pesada al tema, pero la fascinación que a ella llegaba hablando de tal maravilla le hacía bajar la guardia.

Debe sentirse honrado, signore, no todos tienen la suerte de perecer a manos de la misma muerte encarnada en nosotros... — Se había inclinado para mirar de cerca el cuerpo del fallecido, digna imagen que poseía, con las cuencas donde los ojos, vacías, sangrantes; parecía que derramaba lágrimas. Incluso paseaba una de sus manos por el cabello engrasado del humano, como si a este le tuviese algo de cariño, respeto o consuelo.
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Mensaje por Invitado Dom Oct 14, 2012 10:56 am

La forma distinguida con la que se expresaba, sumado a sus refinadas facciones, le decía que esta tal Mona tenía que haber sido educada por alguien de elevada posición social. Eleonora sabía lo que era estar atado por prejuicios, expectativas, y ridículas normativas de la sociedad; la clase social, mera economía, le hubiera impedido conseguir una educación decente de no haber sido por su padre. Ah, pobre diablo. No sentía particular desprecio hacia él, pero no se hacía ilusiones sobre dónde estaría sentado a la hora de morir; probablemente muerto de sífilis, el sexualmente reprimido. Como dicen las ancianas de pueblo, tejiendo sentadas en sus mecedoras cuando no hay nada más que hacer: Vas a donde quieres ir.

Nada de eso importaba ya, era otra vida y otra persona, los recuerdos de una joven hace siglos fallecida. E importaba todavía menos con semejante compañía en su presencia. Como ya había pensado al observarle la primera vez, era de extraordinario gusto el hallar a un vástago tan hermoso como astuto, y además tan cortés. Podía verse sentada junto a ella, frente a una chimenea, charlando sobre el clima y el estado político-social del lugar en el que residían. Pero estas no eran épocas para hablar de tales cosas, para cargar con tales costumbres tan anticuadas, y por un fugaz segundo se sintió tan vieja como en realidad era.

Arqueó una ceja al observar como Mona parecía hipnotizada con su más reciente presa, hombre al que le gustaba llamar “desafortunado drogadicto de ojos hermosos.” Quizás lo cambiaría luego, al momento de archivar, pues estaba convencida de que tenía que haber conocido a otros con el mismo título. No se vive tanto como ella sin repetir ciertas manías.

Precioso, ¿no es cierto? —comentó, mirando con adoración las cuencas vacías que pronto serían el cálido hogar de pequeños y babosos gusanillos—. Deberías de haber sido testigo de su lucha —se permitió soltar una ligera carcajada—. O mejor dicho, la falta de ella.

Se agachó al nivel del rostro del cadáver, pasando su dedo índice por su mejilla de manera afectuosa, propiciando luego una bofetada para después pasar su afilada uña por el enrojecimiento; una línea de sangre hizo su aparición, pero pasó desapercibida al lado del violento ataque hecho al resto de su rostro.

A pesar de estas acciones de cuestionable motivación, su atención estaba completamente dirigida a Mona, sin clavar sus ojos en ella, descifrando hasta la más mínima reacción. Amistades y enemistades se forman de la misma manera: Con un cadáver en la habitación.

¿Sostendrías su cabeza? —preguntó, sacando otro frasco de vidrio de su maletín médico; un desvencijado bolso curtido de color negro, de un material lo suficientemente grueso como para no caerse a pedazos, y que había adoptado una forma tan peculiar que se podía aseverar que alguna vez tenía que haber llevado una cabeza dentro—. Todavía debo tomar esa adorable naricilla —manifestó con placidez, como si todo aquello no fuera más que una rutina, una aburrida normalidad.
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Mensaje por Invitado Lun Oct 15, 2012 6:53 pm

Había dicho, ¿"tomar? ¿Sería acaso una de las manías o pasatiempos de su nueva compañera? Sin pensarlo con real dedicación, asió las manos a los costados de aquella cabeza. Sin atreverse a mirar a la vampiro hasta no tener su próximo espécimen correctamente asegurado y a su total disposición.

Señorita Eleonora, ¿conserva diferentes rasgos de todas sus presas? — Quiso disculparse, pero no le dio suficiente tiempo para ello, por lo que sólo hizo una breve pausa. — ¿O sólo de algunas de ellas? — Fue tal su necesidad de saciar su curiosidad que no aguardó mucho en mencionarle, su propia personalidad siempre le exigía mantener una distancia que se basaba en el tiempo, pero esa vez, aquella vez junto a la dama de cabello negro y piel tan pálida como la propia, le inspiraba una confianza casi tan alentadora como una buena sonata al atardecer.

Recordó a su brevedad y en ausencia de la respuesta, el tiempo que se dedicaba a observar los pequeños cadáveres de paloma que caían uno tras otro, productos de una congestión por el mal de trigo; la tierra en la que una vez vivió en gloria de una juventud mortal. Luego de caer, cogía una o dos, las abría justo por el medio y trataba de encontrar alguna diferencia entre ellas en su interior. No era algo que hubiese contado a alguien, mucho menos era uno de esos amenos recuerdos de la niñez, simplemente algo que había pasado y que ahora, tenía la oportunidad, por más fugaz que fuera, de traer de nuevo a su memoria.
Con avidez, clavó sus ojos en las manos y en ocasiones en el rostro de Eleonora. Verla actuar mientras se hacía de la parte frontal del rostro para el olfato era...Toda una experiencia, desde no solo imaginarse en una sala de forense, siendo testigo y parte misma de una autopsia; o hasta sentirse furtiva de la ley, cómplice de un delito que para su clase era por demás natural. Pero ahí, justo en ese momento, podía pretender, aunque fuese por breves instantes, que formaba parte de otro destino, de otro atardecer, y que la mañana siguiente, con las manos llenas de sangre o no, podría mirar el sol.

Imagino que tendrás toda una sala dedicada a tu colección... — De nuevo el sentimiento de culpabilidad que le generaba su manera de ser le hacía dudar de sus palabras sueltas; negó y con un leve siseo de la cabeza pidió disculpas. — Perdonadme, no debí. — Hasta que no vio terminado el laborioso trabajo de la inmortal joven, no movió un solo músculo, parecía la perfecta ayudante, realizando su propio papel con la devoción que percibía en los ojos de Eleonora. Dejó caer de lleno la cabeza que fue a dar junto al resto del cuerpo al suelo, encharcado en su fluido corporal y demás sangre.

Aunque por más que lo pienso..¿Por qué la nariz? — Sin hallar más tapujos en sus palabras antes de escupirlas, se tomó el atrevimiento de hacer una cuestión más.
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Mensaje por Invitado Miér Oct 17, 2012 12:19 pm

El interés de Mona era sin duda una novedad recibida con brazos abiertos. Era anómala la ocasión en la que podía conversar con otro de su especie que no se inquietara al oírle hablar de sus peculiares hábitos. Eleonora podía ser una demente, como todos en este mundo por mucho que lo negaran, pero no era tonta. Sabía muy bien que sus experimentos no eran bien recibidos, que muchos los consideraban innecesariamente crueles o que sencillamente no iban a ningún lado; mentes débiles, claro está, que trataban a sus presas como a mascotas de la infancia, carecían del carácter necesario para enfrentarse a las fuerzas sin nombre del universo y creían en el destino. Pobres diablos, eran ellos los que deberían de ser los receptores de esas miradas llenas de lástima.

Mis presas —repitió, como si meditara, mientras se dedicaba a extraer la nariz con toda la delicadeza de la que era capaz; un corte perfecto tras otro, ninguna señal de titubeo, con el cuidado y amor con el que una artista realiza la última pincelada, no era ninguna sorpresa que Eleonora hubiera sido una pintora antes de encontrar su verdadera vocación como… Bueno, lo que fuera que hacía ahora, ponerle nombre era una tarea dificultosa. Su rostro era imposible de leer, su inexpresividad era indescriptiblemente inhumana, que caía al igual que un balde de agua fría cuando cambiaba rápidamente para mostrar su usual sonrisa afable y clemente; una expresión muy engañosa, con un sentimiento plástico casi palpable.

Almacenando la nariz en un frasco sin etiqueta, únicamente ocupado por una sustancia de olor repugnante y tacto viscoso, volvió a concentrar su absoluta atención en su inesperada acompañante; un deleite de la no-vida, uno de esos regalos que, como lo mejor de la vida, vienen en el momento más inesperado y son gratis.

No —respondió finalmente, cerrando su maletín—. Me temo que, en ocasiones, tiendo a juzgar mal a mis presas y termino con una comida mediocre y nada hermoso que mirar —se lamentó, con un pequeño encogimiento de hombros, negando con impavidez.

Más palabras, más preguntas, salían de aquella boca de afilados colmillos tan peligrosos como los suyos. La curiosidad de su interlocutora, aunque refrescante y bienvenida, le hizo sentirse interrogada y, a causa de esto, le hizo adoptar una postura más recelosa. No sacaría ninguna apresurada conjetura, le debía el beneficio de la duda, pero no había llegado tan lejos sin ser paranoica; eran vampiros, a final de cuentas, todos se quieren arrancar las cabezas de una forma u otra.

¿Toda una sala? —rió, la intención parecía haber sido resultar cálida; pero, como la gran mayoría de las emociones de Eleonora, emergió quimérica y artificial—. No, mi niña, estos cadáveres son mi vida —dijo, dando un ligero puntapié a la cabeza del hombre en el suelo—. No te preocupes, no castigaré la sana curiosidad —dijo afable, haciendo extraño énfasis en “sana”, dedicando una última mirada a su más reciente víctima; la misma mirada que había llevado su alma al arrancar partes del cuerpo sin remordimiento.

Al oír la disculpa de Mona, levantó su dedo índice y negó, como si intentara apaciguar las preocupaciones de una niña pequeña. La cortesía de los siglos pasados era acogida, pero ya no era necesaria; por lo menos no ahora que conocía su naturaleza y carácter.

¡Ah, muy buena pregunta! —exclamó complacida, juntando sus palmas en un aplauso sonoro—. Este joven era una adicto a la cocaína, su adicción ya había requerido intervenciones médicas, algunas de deber quirúrgico, y no había tenido el placer de ver a un adicto de este calibre desde los años noventa —pausó para especificar—: mil novecientos noventa, claro, cuando se vive tanto como yo se debe aprender a dar más detalles en lo que se refiere a fechas —sonrió, una de sus más auténticas expresiones; era divino recordar lo mucho que había visto, lo mucho que había vivido y viviría, porque ella era una burla a la vida, un fallecido que todavía caminaba entre los vivos y lo haría hasta el fin de los tiempos.
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Mensaje por Invitado Dom Oct 21, 2012 7:19 am

Debía sentir algo, más por sí misma que por el temer de haber ofendido a su contraria; el que sus costumbres estaban notablemente fuera de tiempo. Que nunca había logrado avanzar del todo con el paso de los años, y, que sus días con el corazón latente seguían consumiendole, debilitando las enseñanzas obtenidas, estaba siendo egoísta con el mismo don de las tinieblas. No correspondía a su gran amor y sabiduría.

Todas y cada una de sus dudas habían tenido un desenlace favorable; sin la necesidad de una grosería, un interrogatorio profundo, o un chantaje, los métodos sucios que utilizaban otros seres, y no solo de su raza, sino de otras más, incluso humanos, daban como resultado algunos puntos a tomar en cuenta.

  1. Teórica:
    - Edad.
    -Pasatiempos.
    -Psicoanálisis casual.
    -Comportamiento.
    -Metodologías.

Negó de repente, con un siseo que a duras penas fue percibido, la tabla mental que se formaba era un complejo, una manía del ausentismo. Se llegaba a preguntar cuando dejaría de hacerlo.
Su dedicación es claramente alguna rama de la medicina. — Sonrió un poco más, de solo gusto. Le debía un respeto enorme a los médicos, que por tantos años, fueron parte de su convivir, en su mayoría humanos; algunos más “diferentes” que otros. — O puede ser que no. — Se dio el lujo de dudar de su propia tesis.
Esto es...Una bella caja de Pandora. — Mezcló palabras al unisono del viento, quería ver en el rostro de la vampiro, la interpretación a sus palabras.
Por sí mismas, acicalaban las maravillas de la noche, un poco de rojo esparcido con la sensatez de la naturaleza, sobre un suelo duro y húmedo, preparado para darle a su sangre un rumbo incierto, y a lo alto el cielo oscurecido recreando la vista. — Es todo un espectáculo el entorno de los humanos, como se auto-destruyen y también mancillan unos con los otros. No saben lo afortunados que son, las oportunidades que tienen de elegir. De saber que su reloj dejará de tirar arena en algún momento, y que podría girar en otro cuerpo. Las maravillas de un ciclo con previo fin.

Este hombre — y al hablar de él, le apuntó. — Por ejemplo, quien tuvo la oportunidad de escoger otro camino, desde el introducir esa droga en su cuerpo, hasta girar a la izquierda o a la derecha. — Sonrió a inconsciencia. — Este...Es el resultado de sus elecciones.

Frunció el ceño al terminar de hablar, algo en su interior escandalizó su entorno, pudiese ser solo un presentir, pero le mantuvo alerta. — ¿Le apetece caminar un poco lejos del callejón, Eleonora? Mientras tanto, podría contarme más de nuestro buen hombre. –refiriéndose al cadáver- Escucho ladrar a lo lejos algunos canes, y aunque me gustaría, no puedo asegurar que sean de un tamaño pequeño o adecuado. — Pronto pudo reconocer la raíz de su sorpresiva alteración, la veía pasar con diferentes resultados.

Le abrió paso a su compañera, aún tenía tanto por saber de ella, y si así lo gustaba, también le revelaría un par de detalles propios a cambio de su consideración y empatía.
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Mensaje por Invitado Dom Oct 21, 2012 12:53 pm

¿Una rama? —rió, mostrando sus afilados caninos; ahora reposando en su labio inferior, sin la suficiente presión como para rasgar y sacar sangre—. ¿Solo una? No me obligues a escoger —siguió con la broma, propiciando una mimosa caricia a su maletín—. Amo todas y cada una de sus ramas, pero debo admitir que la taxidermia es donde está mi pasión —exhaló, divagando de nuevo en una de sus ensoñaciones; fantasía curvadas del cincel de un niño, con la perversidad de la mente de un adulto—. Soy, quizás inevitablemente, una artista antes que una —se detuvo, intentando encontrar la palabra correcta, pasando la lengua por uno de sus colmillos al hallarla— entusiasta de las miles de formas en las que se pueden romper y pegar a un ser.

Eleonora se dejó distraer por el color de las luces en los charcos pútridos que se juntaban en el suelo debajo del contenedor de basura, asintiendo casi imperceptiblemente al escuchar las palabras de Mona. Una caja de Pandora, pensó que se refería a la ciudad, y estuvo completamente de acuerdo. Luego consideró que tal vez se refería a su maletín, y por halagada que hubiera podido sentirse, rechazó la hipótesis con una sonrisa dedicada a la nada y al todo.

El libre albedrio humano, ah, ¿qué tan libres eran en realidad? Probablemente no tanto como aseguraban serlo. Las decisiones correctas, las incorrectas, eran un torbellino de ideas. Sin embargo, lo que hicieran o no hicieran tenía poca relevancia a la hora de morir a las manos de Eleonora; para ella todos eran culpables, de alguna u otra forma, aunque solo estuvieran pecando de estupidez. No hables con los extraños, no sigas a esa joven al callejón, no tomes éxtasis de desconocidos… No eran lecciones complicadas, y alargaban su vida más de lo que se imaginaban.

Ante el ademán que le indicaba la invitación, Eleonora asintió sin dejar de sonreír aquella sonrisa tan frígida que podía resultar desagradable si le observaba por mucho tiempo. La noche le había regalado compañía amena, y no iba a desperdiciarla. Caminó delante de Mona, saliendo del callejón para luego esperar que ella guiara a través de la bruma nocturna.
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