Viviendo en la soledad(libre)

El ambiente que se respiraba era todo menos pacifico. Afortunadamente, Eleonora no tenía la necesidad de respirarlo. Cobardía, sí, así le llamarían algunos. Aunque ella prefería llamarlo auto-preservación, un título menos provocativo pero que aún así no colgarías en la pared de tu oficina; si tuvieras una, el sótano mohoso de un hospital abandonado difícilmente cumplía los requisitos para ser definido como una.

En fin, sí, era cierto, no se había unido a ninguna lucha, ni ayudó a ninguno de su bando. Y diría esto con la más innegable apatía, pues ni se molestaría en recordarles a los miembros de Brotherhood que se hallaba entre sus filas solo por la más indeseable de las necesidades. Condonaban sus experimentos y le daban asilo en un territorio considerablemente seguro, pero eso no significaba que daría su no-vida en una de esas ridículas luchas. Que el mundo se fuera al demonio, era todo muy irrelevante para Eleonora; quien, si las circunstancias se prestaban, se uniría al bando más conveniente, sin importar si éste era Brotherhood o no.

La meca del comercio en la que se encontraba actualmente, por ejemplo, era uno de los centros más inmundos y asquerosos del territorio Brotherhood. Se sentía la decadencia brotando de los poros vivos, y era uno de los mejores lugares para hallar individuos valientes (o mortalmente estúpidos) como para participar en la búsqueda científica de Eleonora. Si era voluntariamente o no, era irrelevante, las altas pelucas de Brotherhood se hacían los inválidos e ignoraban los crecientes sadismos de la residente científica; quien, con la reciente libertad que no hubiera podido costearse siendo independiente, se sentía como una niña en una tienda de dulces con los encargados muertos y un motín en la ciudad, libre para hacer lo que deseara sin repercusiones que valieran la pena mencionar.

Cubierta con sus usuales ropajes negros, cubrió su rostro con su capucha, más por costumbre que por razones de seguridad, y caminó sin rumbo previsto, tropezándose con una joven vampiresa de cabellos rubios; esa clase de rubio ceniza en el que te pierdes por horas, sin saber cómo calificar su tonalidad, hasta que te hartas de lo ridículo del asunto y lo cortas todo, pues un sujeto siempre es más fácil de archivar calvo.

— Perdone —dijo, su tono tan indiferente que la disculpa se sintió plana, prefiriendo dirigir su atención al rostro de la extraña frente a ella; tenía la leve impresión de que había visto su cara en algún sitio, un expediente, quizás. Debía alargar el encuentro para descubrir un poco más—. Veo que interrumpí el proceso de alimentación —observó, viendo la bolsa vacía en el suelo; sangre de una bolsa, qué impersonal, era como beber vino de una lata de frijoles—. Mis más sinceras disculpas, señorita… —dejó ir la palabra, esperando que la joven se presentara.

Asintió con la más expresiva parsimonia, como si entendiera los conflictos morales de un vampiro que teme herir a los seres de los que se alimenta; tonterías para ella, ni podía recordar aquellos tiempos en los que destrozar un cuello humano a mordidas le ocasionaba la más horrenda de las nauseas. El temor del ayer era el disfrute del hoy, pues ahora no podía elegir qué le causaba más placer: hacer sufrir en nombre de la ciencia, o hacer sufrir por el mero gusto de hacerlo. Su humanidad, lo que había permanecido en ella después del abrazo vampírico, se había colado entre sus dedos y nunca más había podido volver. Lo prefería así, la inocencia y la moral arruinaban los chances de sobrevivencia.

No pudo evitar notar lo renuente, tal vez incluso nerviosa, que estaba la hermosa rubia; el dolor, la preocupación, aquellas tragedias de la vida no estaban hechas para ser experimentadas por individuos tan hermosos.

Al escuchar su sorprendente confesión, ladeó su cabeza, confundida, y no pudo contener su desconcierto.

— ¿Disculpa? —habló, frunciendo el ceño. ¿Azuka, la Azuka de los Hijos de Caín? Uno de los especímenes más curiosos de esta podrida ciudad, la líder de dicha organización. Se había tropezado con un precioso cofre del tesoro—. Eso lo veo claramente —expresó con una risilla que, por primera vez en mucho tiempo, no se oyó tiesa o falsa, sin siquiera dedicar mirada al bolso de la joven, intentando no resultar amenazadora; mayor encanto, Eleonora nunca se había considerado físicamente imponente, que aquella joven le hubiera considerado una especie de guardia o patrullera era simplemente divino.

Realizó una pronunciada inclinación, capturada por el carácter agradable de la vampiresa. A su edad, Eleonora apreciaba a aquellos benignos vástagos que solo buscaban compañía y una amena charla.

— Mi nombre es Eleonora Fortunati —se presentó—. Es un sincero placer el conocerte, Odisea. Tengo el presentimiento de que nos llevaremos muy bien —sonrió, sus dientes perlados brillando detrás de sus labios; la boca del lobo abierta a visitas.

Eleonora apreciaba los finos placeres de la vida; una buena charla, una presa que se dignara a luchar por su vida… Y aún así, el encontrarse conversando con alguien que fuera tan confiado como para hablarle de su vida entera, era algo que nunca había experimentado, algo que no sabría explicar si era agradable o demasiado desconcertante para serlo.

Extrañamente, no dejaba de parecerle enternecedor que la vampiresa confiara en ella; adorable de una manera que no le hacía planear las distintas formas en las que podía arrancarle los órganos del torso y las costillas. ¿Era muy confiada, o solo gustaba de la compañía de personas como Eleonora? Aunque no fuera muy dada en la materia de la interacción social, pues es una de esas cosas que se pierden cuando vives con cadáveres de la clase no-caminante la mayor parte de tu vida, sabía que muchos preferían un interlocutor callado que solo asintiera en el momento adecuado. De cierta manera, se atrevería a pensar, Eleonora complementaba a Odisea.

Este podía ser el comienzo de una perfecta alianza, no se podía permitir el arruinarlo.

— No es un insulto, me gusta ser inquietante, me ayuda a sobrevivir —respondió, imitando la sonrisa de la joven; honestamente, no conocía la edad exacta de la vampiresa, pero con aquella actitud tan amable y social no podía sino adjudicar “joven” como parte de su descripción. Eliminando la innatural temperatura de su piel, los caninos que se asomaban con cierta frecuencia, era el vampiro más humano que había visto.

La lluvia de preguntas, esa curiosidad que tanto amaba, porque no hay nada mejor en el mundo que un individuo que sabe cuestionar, le hizo ensanchar su sonrisa ligeramente; sus colmillos a punto de perforar su labio inferior.

Libertad, repitió la palabra en su mente, interesante que hubiera usado esa palabra. ¿Qué tanto podía saber de libertad una vasalla de Azuka, una miembro de los Hijos de Caín? Era una oportunidad para saber más, el conocimiento es poder sobre el enemigo, pero percibió que, al menos por el momento, Odisea no debía ser definida como uno y lo dejó pasar.

— Brotherhood es mi mejor opción —replicó, considerando que la brevedad decía todo lo que había que decir sobre el tema—. En estos lares, tierras de nadie, no hay oportunidad de sobrevivir en soledad. Por ahora he sacrificado parte de mi libertad para estar segura de que veré el siguiente anochecer —bajó el volumen de su voz, añadiendo en un susurro—: No conozco mucho de los Hijos de Caín, desafortunadamente, pero te puedo asegurar que aquí no hay buenos ni malos, mi pequeña hada de colmillos afilados —suspiró, como si realmente necesitara hacerlo—. Libertad, sí, es una de las cosas más importantes.

Esta vez no pudo evitar soltar una carcajada, al escuchar el alago de la vampiresa. Eleonora siempre había pensado que la conversión, el abrazo, le había hecho un ser bastante grotesco; no podía negar que le agradaba el hecho de todavía resultar elegante, refinada, una brillante institutriz que era el perfecto retrato de su época y al mismo tiempo una evolución del mismo.

— Te lo agradezco —dijo, sujetando la mano de Odisea con delicadeza—. Y no, dudo que haya problema —continuó con tranquilidad—. Estas ratas de alcantarilla saben lo suficiente como para atreverse a hablar cuando no les corresponde, si es que de verdad saben lo que les conviene.

— Eres joven e ingenua —manifestó Eleonora de una forma complaciente, restándole importancia al asunto—. Y me da la impresión de que esto no es de gran riesgo para ti, ¿verdad? —interrogó, su ligera sonrisa no abandonó su rostro ni dio impresión de poder hacerlo pronto; seguía marcada, como si hubiera sido la expresión eterna de un retrato, nunca dejaría de sonreír a medias de aquella forma que haría a La Gioconda orgullosa—. Alguien te protege —dijo, más para sí, deteniéndose para añadir—: Está bien si no quieres decirme quién es, yo no me confiaría a mí misma ni a dónde apuntan las agujas del reloj —bromeó, ser agradable era una sensación, valga la redundancia, desagradable para Eleonora, pero le ganaba aliados y nuevas oportunidades. No se llega a viejo haciendo enemigos solo porque pareces tener la predisposición de detestar todo, con pulso o sin él.

Dándole una alentadora palmada en la mano, se aventuró a continuar. No quería sobrepasarse, husmeando donde no le correspondía, si preguntaba demasiado quizás levantaría sospechas y perdería una posible aliada.

Hasta ahora sentía que su compañía era apreciada, pero podía avistar ciertas miradas discretas a sus ojos. Eleonora siempre los había considerado la parte más expresiva de su rostro, y podía entender por qué resultarían curiosos; su madre, tiempo antes de morir, le había dicho que sus ojos estaban tan constantemente abiertos que era probable que algún día succionaran su alma. Oh, madre, pensó Eleonora, si mis ojos succionaron tu alma de seguro no la llevaron al cielo que te merecías.

— La individualidad es buena —rió Eleonora, tan honestamente como podría serlo; pues creía en lo que decía, esta vez—. Es el camino más difícil de tomar, sí, lleno de antorchas y multitudes persiguiéndote fuera de un castillo —asintió solemnemente—. También es el camino más satisfactorio.

Escuchó y analizó solícitamente hasta la última palabra. Se le ocurrió sugerirle que se uniera a la causa de Brotherhood, cualquiera que fuera esta semana, si es que seguía ese ideal utópico de un mundo mejor. Sin embargo, se decidió en contra, no parecía ser lo suficientemente estable como elegir un bando; al menos no todavía.

— ¿Mensajes de Lilith? —tosió, intentando no sonar tan confundida como estaba. La joven vampiresa podía estar un poco delirante, pero no pensó que también alucinara con Lilith. A menos que… No, no, debía de ser mentira. La sinceridad en los ojos de la joven le decían lo contrario—. Debo admitir que has picado mi curiosidad.

Lilith contra Caín, figuras que ella antes había considerado mitológicas, tonterías contadas a los niños para que porten correctamente. “No le cortes la cabeza a tu hermano, o saldrá Caín a apuñalearte la espalda,” o otras sandeces de la misma índole.

Claro, otros vástagos no confiarían ni por un segundo en las palabras de Odisea, sin importar lo hermosos y honestos que fueran sus ojos, pero Eleonora sabía que a veces los lunáticos eran una fuente de verdad en su estado más puro. ¿Qué volvió loco al loco? Pues, quizás, demasiadas respuestas.

Al oír la pregunta Eleonora soltó una risa nerviosa. El cuento del castillo y la turba de indignados aldeanos, ah, aquella había sido una de sus más excitantes aventuras.

— Sí, había conseguido un magnifico castillo en perfecto estado —contestó ensimismada—. El dueño era un anciano aristócrata que no se opuso a mi compra —dijo, añadiendo cierta sonrisa a la última palabra—. Los mortales locales, habitantes del poblado cercano al castillo, notaron unas desapariciones, decidiendo que yo era la culpable, y concluyeron que no me querían allí —terminó dramáticamente, como si lamentara haberse ido; la verdad era similar, pero lamentaba más no haber quemado el poblado entero antes de marcharse.

Por supuesto que los secuestros no habían sido idea suya, ningún individuo (ni vampiro ni científico) se atrevería a ser tan obvio. Su hipótesis era simple: un vástago hambriento y de poco cerebro lo había hecho, alimentándose de cualquier jovencita de pechos saltantes y jóvenes de músculos sudorosos.

Las vivencias de Odisea, sin embargo, opacaban las suyas. Eleonora podría haber vivido más de cien años, pero era incalculable las veces en las que la mismísima hija de Lilith había caminado por esta tierra.

Escuchando los relatos de Odisea, que despertaban tanto su curiosidad e inquirir intelectual que no podía sino referirse a ellos como “aperitivos de la mente”, se dejó llevar por ella a una tienda de trinquetes. Imaginó que la vampiresa quería comprar algo para sí misma, algo que la ayudara a ocultar mejor su identidad en estas tierras de nadie. Sabía decisión, iba a comentar, pero eso no fue lo que ocurrió.

En un abrir y cerrar de ojos, tenía un peculiar pero encantador reloj colgado en su cuello. Era antiguo, y le recordaba a épocas vividas y no vividas, al pasado que no miraba y al pasado que había olvidado. El primer brote de emoción completamente genuina salió a flote y Eleonora se sonrojó.

La sangre dirigiéndose a su rostro era una sensación tan alienígena que se sintió mareada, con un cosquilleo en los dedos. Se sujetó rápidamente de una mesa para evitar perder el equilibrio. El sonrojo seguía firmemente clavado en su lugar. Un cadáver de mejillas sonrojadas, el rosa contra el pálido de su rostro y lo oscuro de sus ojos, la artista en ella se preguntaba si sería una imagen grotesca o hermosa.

— Gracias —dijo, recobrando su compostura para hacer un ligera inclinación—. No había recibido un regalo en hace más de un siglo —rió, tocando el reloj con sus manos, como si se cuestionara si era un objeto real o un espejismo.

Un individuo peculiar, era esta autoproclamada hija de Lilith. Alimentaba su curiosidad como el combustible a la llama. Solo esperaba que esto, fuera lo que fuese, no se convirtiera en un incendio.

Aceptó la placidez de la caminata y la ligera charla, el frío viento contra su rostro, el reloj saltando en su pecho. Pero cuando finalmente llegó la hora de hablar de Brotherhood, pudo sentir el cambio que la conversación otorgado al clima.

— Has acertado, Brotherhood es política —respondió, aclarándose la garganta; no revelaría más—. Una reunión podría ser arreglada, pero debes estar completamente segura de que es lo que deseas. Las cosas podrían volverse complicadas… —pretendía continuar, pero el glacial escalofrío que pareció apoderarse de ambas cortó sus pensar.

El increíblemente hermoso rostro, ¡allí a su lado, en el espejo! Era la única, la legendaria, ¡Lilith! Eleonora abrió la boca para replicar, pero se le hizo una tarea imposible el articular palabra, conformándose con asentir bruscamente una vez.

Si esto era real, si esto era un hecho, se encontraba hablando placenteramente con la hija de Lilith, y no solo eso, ¡a Lilith le complacía su presencia! Era demasiado para una noche, ver un mito convertirse en realidad.

— Sí, la he visto, la he visto —repitió, como si intentara convencerse, sujetando la mano de Odisea como si al soltarla se perdiera en el inframundo—. Es cierto entonces, hija de Lilith, que su espíritu busca venganza —dijo inexpresiva, no sabía cómo tomarlo. Contra su mejor juicio, hizo en aquel momento una declaración—: Te ayudaré, Odisea, si es que deseas ser libre, solo promete que si alcanzamos la libertad, me llevarás contigo.

— No, por supuesto que no fue de mi autoría —manifestó Eleonora, con indignación ajena, cómo si sintiera por aquel desgraciado que no supo cuidar de sus presas. Claro que. fallaría en mencionar que aunque era inocente de las muertes de los aldeanos de esa particular localidad, no era realmente una vampiresa que diera objeciones a la muerte; con propósito, evidentemente, toda muerte tenía un propósito. Para la ciencia, para el avance, para el alimento de un vástago; pues ella sabía que los vampiros no eran criaturas malditas fuera de la vista de la creación, no, simplemente eran una parte de ella, una metamorfosis—. Pero eso no evita que los mortales saquen conclusiones apresuradas —se lamentó con un suspiro, entrelazando los dedos de su mano derecha en la cadena de su reloj mientras que la otra descansaba en su regazo.

Observó que Odisea se había percatado de su agitación; un brote de emoción que le avergonzaba en extremo, devolviendo algo de color a sus mejillas. Sin embargo, se justificaría diciendo que acababa de ver Lilith; no era una vista de todas las noches, el poder ser testigo de tal cosa.

— Eso puedo notar muy bien —dijo con una sonrisa—. No te gusta causar tristeza y eso lo puedo entender.

No compartía su punto de vista, pero, por toda su generosidad y honestidad, podía entenderlo y respetarlo.

Prestando absoluta atención, se maravilló al oír parte de lo que estaba segura era una historia mucho mayor, una historia llena de secretos no revelados que los incluía a todos. Al parecer, la araña que tejía la telaraña solo había estado escondida detrás de un rostro angelical. Tal vez Lilith sí deseaba ser rescatada por un ángel, y ese ángel llevaba por nombre: Odisea. Un ser inexplicable, tan antiguo, como Lilith no estaba segura de si se podría encasillar como bueno o malo. Sin duda alguna, benigna o no, ir en contra de Lilith sería riesgoso. Lilith podía ser una opción favorable. Pero, ¿qué tan positivo sería aliarse con un ser que buscar venganza de forma tan desesperada? Qué enigma, comenzaba a entender la vida de la pobre joven.

— Si hay un bando que desea unidad, aunque sea para fines políticos, ese es Brotherhood —respondió Eleonora, continuando su juego con la cadena—. Qué harán cuando logren unidad, he allí el problema. ¿Buscaran dominarlo todo? —tembló visiblemente— Eso es lo que temo.

Con sus preguntas, su interrogación, Eleonora sintió que era probable que se aproximara el momento de ser al menos un poco honesta con Odisea. No le resultaría tan encantadora y comprensiva, estaba segura, si se enteraba de que no era más que una científica loca que experimentaba con todos los seres por igual y les hacía ser parte en grotescos experimentos. Podía irse por otra ruta, decirle que era una historiadora, pero no le pareció realmente justo. No que se preocupara por la honestidad, no la suya.

— Brotherhood me ha otorgado cierta libertad —masculló, cómo si no quisiera ser oída—. Me gustan muchas cosas, pero si has de saber lo más importante, pues soy historiadora —dijo, visiblemente más relajada cuando no discutía de su labor dentro de Brotherhood—. Me dedico a archivar la historia de nuestra especie, los cambios del mundo, me apasiona saber a dónde vamos.

Casi sintió lástima al escuchar a Odisea balbucear sobre ángeles y demonios, pero aquella era la hija de Lilith; probablemente una de los individuos más peligrosos que había conocido, y, curiosamente, no sentía temor al estar en su compañía. No necesitaba lástima, estaba más que segura que no la quería. No, Odisea requería de alguien que le apreciara y comprendiera, alguien con quién conversar sobre sus vidas pasadas y su futuro; compartir inquietudes, esas nimiedades, básicamente amistad. Podía darle eso, podía intentarlo. A su modo.

Abandonó su juego con la cadena, dando una palmada cariñosa a Odisea. Era el único gesto afable que conocía, de verdad estaba falta de relaciones interpersonales, por lo que podía haberlo repetido más de cinco veces en lo que iba de paseo.

— Quizás tú eres el ángel, parte del grupo de ángeles, que ha respondido al llamado de las criaturas de la tierra, ¿no has pensado en eso? —rió, reanudando su juego con la cadena y volviendo a colocar la otra mano sobre sus piernas—. No estás loca, yo también le vi, yo comprendo —añadió—. Si estás loca, entonces yo también debo estarlo.

No era una frase muy reconfortante, si se analizaba su naturaleza, debía admitir.