Lev Záitzev

- Guatelates de acero reforzado
- Manoplas
- Coleccion de Estoques

Lev es partidario de que como vampiro puede seguir haciendo lo que le gusta sin que nadie se interponga en su camino. No le es importante quienes gobiernen, siempre y cuando no se involucren en su vida diaria, por lo que no le es de completo interés si humanos o Vampiros vendieron la libertad y supervivencia de las razas con un aparente propio beneficio.

Es literalmente un alma introvertida, que adora el sonido de su propia voz. Busca conquistar a las mujeres que le interesan de una forma casi enfermiza, y está muy seguro de que sin importar qué, el es un encanto de persona. Se ha vendido a sí mismo la idea de que no hay mujer que no pueda conquistar y por ende, los hombres le admiran o le odian. A pesar de todo es una persona elegante. Sí lo desafían, no duda en hacer valer su condición buen hablar.

Nació en Rusia en el año 1862. Huérfano, creció en un orfanato hasta la edad de 10 años, cuando fue adoptado por un estafador, quien le enseñó todo lo que sabía. Aprendería de él durante los años venideros, dedicando aquel tiempo a la estafa a las mujeres, usando sus encantos innatos para atraerlas y vivir de ellas. Sin embargo, a la edad de 24 años fue invitado por una de esas damas, nueva y extraña a sus ojos, quien pareció encontrar en él una chispa especial, decidiendo otorgarle posteriormente el regalo de la inmortalidad. A partir de entonces, su vida cambiaría, pasando de ser un simple estafador a convertirse en un bohemio empedernido y siempre dispuesto a encontrar causas por las cuales luchar; no obstante, solo las usaba como excusas.

En ocasiones, la vida da tal giro que ciertos acontecimientos adquieren tal poder sobre el destino de un individuo que pueden cambiarlo por completo, haciendo que aquello que para otros casi podría ser un pequeño error se convierta en una sucesión de catástrofes para una determinada persona. Lev no fue la excepción.

Todo se inició porque ella, Catherine Ivanova. Ésta era una mujer que se caracterizaba por sus ansias de poder, teniendo como objetivo ser algo más que la simple y eterna vasalla de un vampiro. Catherine sabía que era hermosa y tenía todas las armas de la seducción a su favor, las cuales no dudó en usar contra Lev. Sin embargo, a pesar de sus muchas súplicas y sus persuasivos métodos, Lev no podía dejar de apreciar ni ignorar el destello de maldad en su mirada.

Catherine guardaba demasiado rencor en su interior, uno que sin duda dirigiría en su contra cuando tuviese las armas para hacerlo. Por esta razón, Lev jamás la convertiría en lo que ella deseaba, por lo que cuando su bella vasalla finalmente entendió esto decidió ponerse bajo el alero de otro vampiro, uno menos escrupuloso y mucho más brutal, pero que le hizo las promesas de obtener lo que ella deseaba.

Aunque New York contaba con un número creciente de adictos, Lev no se sentía cómodo buscando entre esas almas desgraciadas su alimento. Así fue como entró en contacto con algunos conocidos en busca de un vasallo confiable, conociendo de este modo a Cassandra, una joven mujer cuyo actual “maestro” se había involucrado sentimentalmente con una mortal desatendiendo a sus antiguos vasallos.

El acuerdo se realizó por vía telefónica. Cassandra se describió a sí misma como pelirroja natural de estatura aproximada de 1,70 metros. Pero cuando llegó el día señalado, ocurrió ese error tan temido en la vida de algunas personas, el cual tiene la forma de cambiar incluso el destino de alguien.

El vampiro encontró aquel día a una mujer con características similares a las descritas por su contacto telefónico. Ella, por su parte, caminaba algo desorientada con unas pesadas maletas. Convencido de haber encontrado a Cassandra, Lev se ofreció a ayudarla con su gran carga. Sabiendo que era nueva en la ciudad, le mostró los sitios más destacados, para luego, a la luz de la luna, ofrecerle su sangre servida en una copa de cristal como símbolo para sellar el acuerdo entre ambos.

Ella bebió con completa confianza, por lo que Lev nada sospecharía de lo que ocurriría a continuación. Sin embargo, ocurrió lo inevitable. Cuando la copa estuvo vacía, la expresión alegre de la mujer se transformó en una mueca de horror, para luego escupir sobre los adoquines. Era demasiado tarde para revertir aquello o reparar ese error fatal: aquella mujer no era Cassandra. La comprensión golpeó a Lev entonces como una maza, entendiendo que le había dado su sangre a otra mujer, a la persona equivocada.

Lev quedó tan sorprendido ante aquello que no reaccionó con presteza cuando la humana tomó cuanto pudo cargar de sus pertenencias y salió huyendo lejos de él. No obstante, en el apuro dejó atrás algunas pertenencias, las cuales al revisar le permitieron conocer su nombre: Alessa.
Quizás habría sido más sencillo olvidar el incidente, Sin embargo, hasta ahora Lev no lograba quitar de su mente el suculento latido del pulso de la joven, averiguar el sabor atrapado en sus venas lo obsesionaba, más porque había dado de la suya sin recibir una compensación justa.

Ella podría no ser la confiable y experimentada Cassandra, pero aun así serviría para satisfacer su apetito por lo que se decidió a buscarla para enmendar el error de haber dejado huir a su presa